Sala de despiece



La memoria es un curioso mecanismo. Va almacenando los recuerdos vividos hasta que el tiempo los emborrona de polvo y solo lo que brilla más, es fácilmente apreciable. En otras palabras, la mente recuerda lo que le interesa, lo que no nos hace daño, básicamente.

Cuando era niña, en el colegio, me hicieron la vida imposible o lo que se conoce hoy día como "bullying". Era un estupendo colegio católico lleno de niñas horribles que se metieron conmigo por asuntos peregrinos de cachorro en crecimiento: mis orejas, mis gafas, mi pelo,...y con todo lo que fuera susceptible de ser foco de humillaciones y desprecios. Lo pasé mal, muy mal.

Ya de adolescente, justo antes de abandonar ese lugar donde se enseñaban preceptos católicos tales como respetar al prójimo y medidas absurdas como poner la otra mejilla, fue cuando realmente el despiece de mi persona se llevó a cabo con tan solo 13 años. Fui víctima de los boicots más desdeñables, centro de rumores de lo más absurdo, acusaciones a profesores sobre cómo copiaba en los exámenes donde sacaba sobresalientes o cómo mis padres o mis hermanas me hacían los trabajos donde destacaba con matrículas de honor.

Mis últimos años de colegio fueron una pesadilla. Mi madre peleó por mi y lo denunció al colegio, el cual tomó medidas drásticas poniéndonos a todas frente a frente y prometiendo que nadie se iría hasta que no se supiera lo que estaba pasando y el por qué. Y lo supe, vaya si lo supe.
Fue mi primer encuentro con la envidia femenina y nuestra capacidad sobrehumana para cargarnos a quien creemos nuestra enemiga. Las mujeres somos malas entre nosotras.

Esa fue la precuela del instituto público, donde mi primer año fue una prolongación terrible del colegio. Una chavala la tomó conmigo y llegó a agredirme. En el instituto fueron menos comprensivos a pesar de mis continuas quejas a profesores, personal y director. Opté por fugarme de la asignatura donde coincidía con esa desgraciada, aunque no impidió que me increpara por la calle al salir de clase y me siguiera varias manzanas con su cohorte de secuaces hasta que yo corría a casa presa del pánico.
Luego ella repitió curso y yo no. Eso puso una distancia relativa y no le quedó otra que buscarse un nuevo juguete al que torturar.

Cuando miro atrás, creo que esos hechos han tenido mucho que ver en cómo soy hoy. Me hicieron fuerte, me prepararon para la vida, pero no dejaban de ser injustos y crueles. Podía haberme rendido, como adolescente frágil que era y ver la muerte como una salida. Pero no fue así y aquí estoy escribiendo estas líneas, con la cabeza alta y el alma entera.
Casi siete años más tarde me encuentro de frente con una mujer que me consideraba su competencia profesional y no dudó ni un segundo en desprestigiarme en cualquier ocasión que se le ponía delante. Es cierto que en esa época, me cansé de aguantar celos y envidias, y cómo no, me uní a la espiral de descalificaciones mutuas que en algún momento de nuestras vidas, resulta tentador. Sería la juventud, sería la inexperiencia. Pero más tarde aprendí que lo sembrado se cosecha triplicado y el karma no me lo perdonó.
Recuerdo que esta mujer llegó a amenazarme con partirme las piernas.

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Teníamos personas en común con las cuales ejerció el sectarismo, les presionó para que se "posicionaran", o con ella o condena brutal a que el grupo les diera la espalda, ostracismo inmediato. A veces pasa cuando se le da poder a alguien que tiene cientos de inseguridades. Pasa que tienen un tirano dentro esperando a que las condiciones del ambiente les sean propicias.

Haciendo recuento tuve un acoso escolar, uno profesional y me falta, por supuesto, el acoso personal. Ese que te hacen personas en las que confías, a las que quieres incondicionalmente,...aquí el acoso se convierte por ese detalle, en traición.
¿Quién no ha tenido una mejor amiga? ¿O ese grupo de amigas inseparables? Todas hemos tenido una amiga/s que si hubiese venido cualquiera a decirte que te traicionaría, le habrías partido la cara sin mediar palabra.

Pues me traicionaron.

Mientras yo hacía mi vida lejos de ella, mi mejor amiga desde los 6 años, sin ánimo de molestarla, solo echándola de menos y llamándola cada vez que tenía un hueco para contarle mis idas y venidas, se dedicaba a relatar mis intimidades al grupo "oficial" de amigas/os de siempre, despellejándome con deleite mientras el resto le hacían los coros. Es cierto que unas más que otras, pero el resultado es el mismo.
Claro, tu no te enteras de nada. Eres la imbécil que con sus historias fuera de lo común (para ellas), alimentas sus afiladas bocas, llenas de afilados dientes, que guardan una afilada lengua viperina. Hubiese deseado el dolor de una mordida, porque el daño que causan las palabras de alguien querido es mucho más hiriente y venenoso que una dentellada rápida.

Me enteré muy tarde. Demasiado. Pero...la edad y la experiencia hacen que tus decisiones sean cada vez más ágiles y certeras: con mucho dolor las extirpé de mi vida. Las maté en mi realidad, en mi día a día. Aprendí a dejar marchar a la gente que no te aporta.

Lo más doloroso de todo es la sensación amarga de entender que las mujeres entre nosotras somos lo peor. Nos fulminamos con miradas airadas, criticamos como vamos vestidas, como hablamos, el trabajo que tenemos, con cuántos nos acostamos, si esa es más guapa o más lista, o más gorda o más fea. Si es mejor o no. A veces nuestras inseguridades encuentran el refuerzo de un entorno de mujeres próximas que amplifican ese odio y esa frustración, consiguiendo que el daño a la víctima crezca exponencialmente. Urdimos planes, sacamos arsenales, gestionamos estrategias con el único fin de hundir a quien creemos que es nuestra enemiga, pero no es más que una víctima. Una víctima de las de verdad, porque la gente se puede equivocar o simplemente ser lo que son sin que signifique que sean malas personas. No merecen que se haga pedazos su persona.

Yo fui Carla, esa chica de la que seguro que nadie se acuerda, a diferencia de que ella se suicidó porque en el instituto nadie la escuchó, como a mi pero con el ligero detalle de que yo no me vi arrastrada por la depresión hasta ese punto. Su vida se perdió porque...somos asesinas, destripadoras, carniceras,...somos las reinas en la sala de despiece, aunque la frase suene demasiado poética para la crudeza de la realidad.

3 comentarios :

  1. Es triste que la peor enemiga de la mujer sea la mujer misma. Me siento muy identificada contigo, con muchas cosas de tu historia. He tenido 'amigas' que al final solo eran falsas relaciones de amistad...

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    1. Si linda, así es...muy triste. Pero la compensación a todo ese dolor es que ya no están cerca para intentar destruirnos!! ;)

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