Histeria latina




Tengo una fobia, lo confieso: Bailar en pareja esos ritmos latinos de arrimarse hasta no saber dónde empieza tu ropa y acaba la de él, pues como que no. 
Protejo con celo de cancerbero mi espacio vital de estos hombres pulpo que pueblan discotecas y bares pachangueros como una plaga bíblica. Son como el Chtulthu de los babosos, desesperados, con sus múltiples brazos intentando subyugarte a su masculinidad forzada e irritante.  



Pero claro, en la vida hay momentos en los que hay que superar las fobias y como propósito de este año, me reté a compartir mi burbuja vital con desconocidos en el arduo camino de aprender a bailar salsa. Pero no cualquier salsa, faltaría más. Salsa casino o rueda cubana, que para el que no maneje, viene siendo la forma más común y auténtica de pasarlo bien bailando los ritmos caribes, ya que vas cambiando de pareja de continuo en una rueda formada por los participantes. 

Pues allí que voy yo a las clases con mis ganas de rumbear y de superar este asquito mío por los "papasotes" del electro-latino, el reggeaton, la kizomba, la bachata, el merengue y a este paso, la muñeira gallega.

Yo con mi ojo experto de soltera desatada, calibré al personal de un vistazo desde el minuto uno. La ley de la selva es así: observar a la manada, detectar a la presa y proceder a la caza si se ofrece algo digno del esfuerzo. Nada nuevo a este lado de río. 
Entre los alumnos hombres hay de todo y debo recalcar mi grata sorpresa al ser, en su mayoría, personas muy agradables de todas las edades y profesiones que simplemente quieren pasar un buen rato. Babosos cero...o casi. 

Cuál es mi tremendo asombro que cuando ya daba todo por perdido en lo que a cazar se refiere, a la tercera clase a la que asistía apareció un adonis, un efebo, un hombre que quita el hipo de mirarlo y las piernas se te depilan solas de la impresión. Vamos, despatarrá me quedé.

Mi amiga y yo nos miramos con esa cara que lo dice todo, concretamente esa cara dice todas las burradas y perversiones que se te pasan por la cabecita en la presencia de ese ejemplar de concurso de belleza y que tu boca jamás pronunciaría. 




Como he comentado previamente, la mecánica de este baile es ir rotando de pareja de manera sincronizada con el resto de alumnos. Cuando él llegó a mi, a míiiiii....el tiempo se congeló y mi mano se deslizó a ese hombro apolíneo que enmarcaba una poderosa espalda y yo no lograba recordar si las indicaciones del profesor eran atrás y adelante en cinco, seis, siete o si le resto ocho, me llevo dos y le calculo la raíz cuadrada. Pierdo el paso, el ritmo, el metro, el tino, las llaves de casa, la vida y el aliento cuando me sonríe.



Y querida mía, este chico, pues mira...sabe bailar divinamente. Tiene ritmo, tiene gracia, tiene porte, tiene donaire, tiene...tiene un polvazo joderrr. 
Y claro, cuando se anuncia el cambio de pareja quieres llorar fuertecito. Lo localizas en la rueda, sabes que te faltan seis chicas hasta que llegue de nuevo a tus brazos y no te concentras, no aciertas, estás solo pensando en solazar tu tacto en sus hercúleos brazacos y deslumbrarte con su sonrisa de anuncio de clínica dental. Porque él es así, de estos perfectitos humildes que ignoran (o parecen ignorar) el efecto de su presencia en las féminas. 

En el descanso nos dimos cuenta de la fatídica y cruel realidad. Este hombre de belleza imposible asistía a clases con su novia, la cual es el ser más afortunado de la tierra. Sinceramente. 

Y yo reflexiono.
¿Somos ahora nosotras las babosas desesperadas? ¿Las mujeres pulpo? ¿Somos una nueva especie surgida de este panorama ambiguo y desolado que tenemos ante nosotras como mujeres solteras? ¿Somos tan cerdacas como ellos cuando nos palpita la pepita??  O como diría Isa Calderón, ¿cuando tenemos el coño vivo?.

Y yo digo, SI. Un categórico e irrefutable SÍ. 

Reivindiquemos que las mujeres somos seres sexuales y sentimos tantos impulsos como los hombres. Destapemos nuestra libido con naturalidad. No es un pecado estar cachonda y menos aún avergonzarte por ello. Estoy hasta el moño de ocultarlo como si fuéramos, aún, esas mujeres victorianas, reprimidas en sus corsés y siendo diagnosticadas de histeria por psiquiatras de la época, cuando lo que teníamos era un calentón insatisfecho grande como una catedral gótica. Ahora lo llaman tensión sexual no resuelta que es más fino y más exacto y le da más calidad. 


A ver si nos enteramos de una vez que somos puro sexo y nos ponemos brutas y decimos burradas y se nos van las miradas detrás de bocas y ojos y culos y torsos y brazos y manos y cuerpos que nos despiertan algo antiguo y poderoso en el instinto. Nos desatan. 

La diferencia estriba en que nosotras, al menos, no exteriorizamos o hacemos ostensible esa perturbación en la fuerza. Nos reímos como colegialas y lo comentamos, bromeamos, pero nunca seríamos irrespetuosas o insistentes en algo así. Creo. 

A pesar de que es una presa inalcanzable, mi amiga y yo nos vamos conformando con disfrutarle fugazmente en esas clases de baile e imaginar un mundo ideal en el que hubiera más maromos solteros como él. 

Mientras llega la siguiente clase, me entretengo imaginando en mi cabeza cientos de letras lujuriosas para canciones latinas en su honor que luego bailaríamos él y yo bien apretados claro (suspiro). 
Hay tan poco que decir cuando se baila bien. Y pienso, si baila bien en vertical...(suspiro). 

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